Reflexión: Lo que podemos aprender de los perros

Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!
Jesús no le contestó nada. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron:
—Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.
Jesús dijo:
—Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo:
—¡Señor, ayúdame!
Jesús le contestó:
—No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros.
Ella le dijo:
—Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces le dijo Jesús:
—¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres.
Y desde ese mismo momento su hija quedó sana.

Mateo 15:21–28

En la ciudad de Sobrado en Portugal, hay una feligresa que ha ido caminando a la iglesia todos los domingos durante tres años. Su nombre es Preta. Hay tres características distintivas de esta fiel asistente a la iglesia: Primero, la caminata a la iglesia comienza a las 5 de la mañana; en segundo lugar, la iglesia está a 26 kilómetros de distancia; así que esta Preta recorre más de 50 kilómetros todos los domingos; y en tercer lugar, esta fiel feligresa es un perro. Un periódico en Lisboa informó que este perro incluso se levanta con la congregación y se sienta, tal como lo dicta el horario del servicio. Si hay perros que van al cielo, entonces Preta es una de las mejores candidatas.

Obviamente, los perros pueden servir como modelos a seguir para nosotros los humanos. Porque, aparte de la asistencia constante de la mascota portuguesa, los perros en realidad tienen un significado teológico, porque ilustran la «Gracia de Dios». Suena un poco frívolo hablar así, pero los perros son en realidad una parábola de gracia porque su amor es incondicional.

Porque cuando el dueño de un perro llega a casa, su mascota lo recibe con amor incondicional. Esta persona podría ser fea, arrogante o inculta, podría ser un neonazi, un barrabrava, alguien que contamina el medioambiente o se aprovecha de la ayuda social. Su perro lo aceptará y lo amará tal como es, ilustrando así la gracia de Dios.

Jesús contó la historia de un hombre pobre llamado Lázaro, que estaba sentado frente a la casa de un hombre rico. Se decía de este Lázaro que «quería llenarse con lo que caía de la mesa del rico». Es decir: Lázaro esperaba afuera de la puerta como un perro. Y no tenía ayuda, excepto perros para lamer sus heridas.

Este Lázaro me recuerda a las personas sin hogar que se sientan en la calle y mendigan, que aparentemente solo les queda un ayudante, es decir, un perro que se sienta fielmente a su lado, que no deja al hombre solo. Esta fidelidad recuerda un término en el Antiguo Testamento que denota un atributo de Dios. Lutero tradujo este término con la palabra «Gracia», pero lo que significa es lealtad intransigente, amor incondicional.

La mujer cananea, miniatura del manustrito Las muy ricas horas del Duque de Berry

Pero hay otra dimensión de este incidente con Lázaro: el hecho de que Lázaro solo tenga perros como compañeros también pretende mostrar cuán bajo se ha hundido. Para los judíos, los perros eran animales inmundos. Ser lamido por perros era una humillación. No puedes hundirte más bajo. Algo parecido ocurrió con el llamado «hijo pródigo» de quien habló Jesús, que finalmente necesitaba que le dieran comida para cerdos. Estar entre perros y cerdos era una profunda humillación para los judíos.

Para Jesús, los perros no eran mascotas lindas, sino un epítome de impureza y ferocidad. Porque en el Sermón del Monte dijo: «No darás las cosas santas a los perros, y no arrojarás tus perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen con sus pies y se den la vuelta y te destrocen».

En este contexto, este Evangelio es aún más difícil de comprender. Una mujer pagana se acercó a Jesús y le pidió ayuda para su atribulada hija. Al principio, respondió como si fuese un funcionario demasiado correcto diciendo: No soy responsable de ti, porque no perteneces a mi área de responsabilidad. Luego dice: «Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo: ¡Señor, ayúdame”. Pero él respondió y dijo: «No está bien quitarles el pan a los hijos y tirárselo a los perros».

«Perro» era un término judío para un no judío en ese momento. Desde la perspectiva de hoy, la declaración de Jesús parece chovinismo, o peor aún, racismo. Comparar a un humano con un perro siempre es desagradable. Pero en ese momento, esta comparación era inhumana.

Nunca sabremos a qué se refería realmente esa respuesta cuando Jesús comparó a esta mujer pagana con un perro. Tal vez esta comparación pretendía ser irónica; porque la ironía se da en Jesús. Pero, en cualquier caso, lo que importa aquí es la respuesta de la mujer que dijo: «Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús respondió y le dijo: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres.”

El hecho de que esta mujer estuviera dispuesta a ser comparada con un perro es un testimonio de fe. Esta mujer había reconocido su posición delante de Dios. Esta mujer se dio cuenta de que ante Dios los humanos somos como perros que viven de las migajas de la gracia; es decir, somos absolutamente dependientes de la gracia. No podemos reclamar la gracia de Dios. Nos sentamos como perros debajo de la mesa de su amo, esperando pacientemente una graciosa atención, como mendigos. Esta actitud recuerda las últimas palabras escritas de Martín Lutero. Cuando murió, se encontró un pedazo de papel en el que había escrito: «Somos mendigos, eso es cierto». En otras palabras, dependemos totalmente del don de la gracia.

Esta comparación está lejos de ser halagadora. El orgullo humano no está dispuesto a aceptar tal comparación. Es por eso que la mujer cananea fue una excepción. Pero antes de cultivar nuestra vanidad herida, debemos mirar a Jesús.

Porque Jesús fue la autohumillación de Dios. En consecuencia, Jesús ha sido comparado con un perro.

Fidelity, Briton Riviere, 1869

Fidelidad, Briton Riviere, 1869

Hay una pequeña iglesia en el lado oeste de la ciudad de Chicago. Un miembro de esta iglesia es una mujer negra que dijo algo que ha estado conmigo durante años y que he citado una y otra vez; Ella dijo: «Doy gracias a Dios porque mi Salvador era un perro como yo: él no era nada, y yo no soy nada Y así fue como nos encontramos». Cuando esta mujer dice: «Jesús no era nada», quiere decir que él había tomado sobre sí la nada de nuestras vidas. La nulidad se define en 1 Timoteo, donde dice. “Porque nada trajimos a este mundo, y nada podremos llevarnos” O como dijo Job: «Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él«. La nada es otro término para la impermanencia. Jesús tomó sobre sí nuestra fugacidad.

Pero la autohumillación de Dios fue aún más lejos. Dios en Jesús ha descendido al nivel más profundo de la existencia humana, tan profundo como los Lázaros de este mundo que viven entre perros. En el lenguaje de la Biblia, Jesús también estaba al final entre los perros.

Porque la humillación más profunda fue la crucifixión. El cristianismo primitivo vio una estrecha conexión entre la crucifixión de Jesús y el Salmo 22. En un punto de este salmo dice: «Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malhechores; me horadaron las manos y los pies».

A través de este descenso a la humillación más profunda que pueda haber, Dios ha tendido un puente sobre el abismo que existía entre Él y nosotros los humanos. Debido a esta autohumillación de Dios, todo ser humano puede estar seguro de que Dios comprende nuestro dolor y que está con nosotros en todo lo que sufrimos. Como dijo una testigo cristiana cuando estaba pasando por un sufrimiento traumático: «Sentí la presencia del Crucificado». Otro testigo dijo: «En medio del sufrimiento, me di cuenta de que Dios está conmigo, que tiene todo bajo control, que sabe lo que está sucediendo».

Debido a esta fidelidad intransigente de Dios hacia nosotros los seres humanos, que Él demostró en la cruz y que los testigos cristianos experimentaron una y otra vez, al final no debemos tener miedo, no importa lo que pueda suceder. Porque Dios está con nosotros y permanecerá con nosotros hoy y para siempre. Al igual que Lázaro, estamos destinados al regazo de Abraham, es decir, a la seguridad eterna.

Tomado y traducido de: http://www.archiv.dreikoenigsgemeinde.de/glaube/philSchmidt_predigt_07.php

Enlazados, Whyn Lewis

Enlazados, Whyn Lewis


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Como Iglesia queremos compartir una conocida frase del músico, médico y teólogo Albert Schweitzer:

“No me importa saber si un animal puede o no razonar.
Solo sé que es capaz de sufrir y por ello lo considero mi prójimo”