El cuadro de Picasso Guernica es una gran muestra del arte protestante. Por supuesto, debemos aclarar esta afirmación diciendo que lo que aparece en la obra maestra picassiana no es una respuesta protestante, sino la pregunta protestante en su expresión más radicalizada. Sobre este aserto versará el presente capítulo.
Primero, debemos decir algo sobre el carácter particular de la religión protestante en su comprensión del hombre y su condición. El principio protestante (que no siempre es seguido en las prédicas y las enseñanzas de las Iglesias protestantes) pone el énfasis en la infinita distancia que media entre el hombre y Dios. Destaca la finitud del hombre, su sujeción a la muerte, pero sobre todo, su extrañamiento de su verdadero ser y su sometimiento a las fuerzas demoníacas y autodestructoras.
La impotencia humana para liberarse de esa esclavitud ha conducido a los reformadores a una doctrina de la unión con Dios en que solo este actúa y el hombre solo recibe. Este recibir, por supuesto, no es posible en una actitud de pasividad sino que exige la valentía más elevada, nada menos que la intrepidez de aceptar la paradoja de que «el pecador está justificado», de que es el hombre, en su ansiedad, culpa y desesperación, el objeto de la aceptación incondicional de Dios.
Si consideramos el Guernica de Picasso como un ejemplo -quizás el más descollante- de una expresión artística de la condición humana en nuestra época, su carácter protestante negativo es obvio. El problema del hombre en un mundo de culpa, ansiedad y desesperación se nos muestra con tremendo vigor. Pero no es la temática principal -la voluntaria y brutal destrucción de un pequeño pueblo por los aviones fascistas- la que da al lienzo su fuerza expresiva, sino su estilo. A pesar de las profundas diferencias entre los distintos artistas, y de los períodos diferentes en que se desarrolló la obra del mismo Picasso, su estilo es característico del siglo xx y, en este sentido, es contemporáneo nuestro. Si comparamos cualquier notable creación de esta época con otras igualmente importantes de periodos anteriores, veremos con claridad la unidad de las obras de nuestro siglo desde el punto de vista estilístico. Y ese estilo, como ningún otro en la historia del protestantismo, expresa la situación humana tal como el cristianismo la ve.
En apoyo de esta aseveración estudiemos la relación entre los estilos artísticos y la religión en general. Toda obra de arte posee tres elementos: tema, forma y estilo; El terna es virtualmente idéntico a todo lo que puede recibir la mente humana en imágenes sensoriales. No está restringido de ninguna manera por otras cualidades, como bueno o malo, bello o feo, total a parcial, humano o inhumano, divino o demoníaco. Pero no todos los períodos históricos o artistas utilizan todos los temas posibles. Existen principios de selección que dependen de la forma y del estilo, que hemos consignado como segundo y tercer elemento de toda obra de arte.
El segundo es un concepto no ordinario. Atañe a los elementos estructurales del Ser en sí y sólo puede entenderse como aquello en virtud de lo cual algo es lo que es. Da a la cosa su carácter único y universal, su lugar especial dentro de la totalidad del Ser, su fuerza expresiva.
La creación artística está determinada por la forma que utiliza elementos particulares, como sonidos, palabras, piedras, colores, y los eleva a constituir algo que se sostiene por sí mismo. Por eso la forma es el elemento ontológicamente decisivo en toda creación artística -como en toda otra creación-. Pero la forma en sí queda modificada por el tercer elemento, el estilo. Este término, inicialmente usado para designar los cambios de moda en el vestir, la edificación, los jardines, etc., se ha extendido después universalmente al ámbito del arte y hasta al de la filosofía y la política. El estilo matiza de un determinado y único modo las variadas creaciones de una era o período. A él se debe que haya creaciones, y que todas ellas tengan, dentro de esa era o período, algo en común. El problema del estilo está en averiguar qué es lo que hace que esas creaciones tengan algo en común, y señalarlo. ¿A qué apuntan todas ellas? Fundando mi respuesta en unos cuantos estudios sobre el estilo, en arte y en filosofía, diría yo que cada estilo señala una interpretación propia del hombre y, como tal, una apreciación sobre el significado último de la vida. Cualquiera que sea el tema que elija un artista, cualquiera que sea la forma, vigorosa o débil, que utilice, no podrá menos que expresar con un estilo su preocupación última, que será también, en parte al menos, la de su época y su grupo. No puede escapar a la religión aunque la rechace, porque ella es el estado de preocupación por el sentido mismo de la vida. Y en cualquier estilo se pone de manifiesto la preocupación última de un grupo humano o de una época respecto de la vida. Es una de las tareas más fascinantes la de tratar de descifrar el significado religioso de los estilos del pasado, como el arcaico, el clásico, el naturalista, y descubrir que las mismas características que se encuentran en la creación artística, se hallan también, o pueden hallarse, en la literatura, la filosofía y la moral, así como en las costumbres de una época. Descifrar un estilo es un arte en sí mismo, y como tal, es motivo de audacia y riesgo. Se han cotejado los estilos diferentes en distintos planos. Si comparamos la serie de estilos de las artes visuales de la cultura occidental después de comenzar el arte cristiano en las catacumbas y basílicas, nos asombra su riqueza y variedad: el bizantino, el románico, el gótico primitivo y el tardío preceden al Renacimiento, en el cual deben distinguirse los diferentes estilos del bajo y alto Renacimiento. El manierismo, barroco, rococó, clasicismo, romanticismo, naturalismo, impresionismo, expresionismo, cubismo y surrealismo condujeron al estilo no figurativo contemporáneo.
Cada uno de ellos nos dice algo de la época en que floreció. En cada uno de ellos queda impresa una peculiar interpretación del hombre, aunque en muchos casos ni el mismo artista sea consciente de ello. Unas veces saben lo que expresan, pero otras, son los filósofos y los críticos de arte los que se lo hacen notar. ¿Cuáles son, pues, las claves que permiten descifrar esos estilos y lo que ellos significan?
En un famoso estudio acerca de los estilos filosóficos, el filósofo alemán Wilhelm Dilthey distinguió el idealismo subjetivo, el idealismo objetivo y el realismo. Y dio cuatro claves estilísticas que pueden ser aplicadas inmediatamente a las artes visuales: idealista, realista, objetivo y subjetivo. Toda obra de arte contiene elementos de los cuatro estilos, pero está bajo el predominio de uno o más. Cuando a comienzos de este siglo se quebró el dominio del estilo clásico y se revaloró estéticamente el gótico, dándole renovada vigencia, se descubrieron otras claves. Con el auge del expresionismo, el contraste fundamental entre lo imitativo y lo expresivo se puso también de manifiesto y resultó decisivo para el análisis de muchos estilos pasados y presentes, especialmente para la comprensión del arte primitivo. También cabe distinguir entre lo monumental y lo idílico, lo concreto y lo abstracto, lo orgánico y lo inorgánico, y otros aspectos estilísticos diferenciales. Por último, podemos subrayar también la continua batalla entre lo académico y lo revolucionario, tendencias opuestas de la creación artística.

Pablo Picasso (1881-1973). Guernica (1937).
Sería del todo inútil una esquematización que pretendiese ordenar estos elementos en un sistema que los abarcara todos. Pero sí podemos afirmar que jamás están ausentes por completo de ninguna obra de arte en particular. Esto es imposible, porque la estructura de una obra de arte como tal exige la presencia de todos los elementos que proveen las claves para el desciframiento de un estilo. Puesto que una obra de arte es por definición la obra de un artista, siempre intervendrá el elemento subjetivo. Utilizando materiales encontrados en la realidad, el elemento imitativo será inevitable. El artista proviene de una tradición y no puede, aunque lo desee, escapar de ella; por eso siempre habrá de aparecer el elemento académico. Como trasforma la realidad con su creación, el elemento idealista es innegable. Si desea expresar el encuentro original de la realidad que se oculta bajo la superficie, utiliza elementos expresivos. Pero en el proceso de la creación artística algunos elementos se elaboran a tal punto que es difícil reconocerlos. Por lo común, esta dificultad surge de una combinación de elementos estilísticos y vuelve fructífero y fascinante el análisis de los estilos.
Ahora, pues, podemos formular la pregunta: ¿qué relación guardan esos elementos determinantes del estilo con la religión en general y con el protestantismo en especial? ¿Son unos estilos más aptos para expresar el tema religioso que otros? ¿Hay estilos esencialmente religiosos y otros esencialmente seculares? La primera respuesta debe ser que no hay estilo que excluya la expresión artística de la preocupación última del hombre, porque ella no se halla ligada a ninguna forma especial de experiencia o cosa. Está presente y puede estar ausente en cualquier situación. Pero las formas en que está presente son múltiples. Puede estarlo indirectamente como la raíz oculta de una situación. Brilla en un paisaje o un retrato o una escena humana y les da profundidad de significado. En este sentido un estilo en el cual predomine lo imitativo será sustancialmente religioso. La preocupación última está presente en experiencias en que no se experimenta solo la realidad, sino el encuentro mismo con ella. Está oculto y presente en el estado de hallarse asido por la potencia de ser y significar en la realidad. Esto da significado religioso a los elementos estilísticos de la subjetividad y a los estilos en que ellos predominan. Y la preocupación última se halla presente en aquellos encuentros con la realidad en Ios que se anticipa y expresa artísticamente la posible perfección de la realidad. Esto muestra que un estilo en que predomina el elemento idealista es, en sustancia, religioso. La preocupación última también está presente en aquellas experiencias de la realidad en que aparece su lado negativo, feo y autodestructivo. Está presente como el fundamento divino-demoníaco que enjuicia todo lo que es. Esto da al elemento realista de los estilos artísticos su significación religiosa.
Los ejemplos pueden multiplicarse señalando la significación religiosa de otros elementos de los estilos artísticos. Pero en vez de hacerlo así, prestemos atención al elemento expresivo de un estilo, porque se relaciona especialmente con la religión. Ante todo, hagamos notar que en general hay definidas adecuaciones e inadecuaciones entre estilo y tema. Por tanto, la elección y preferencia de materiales varía según predomine uno u otro elemento estilístico o una determinada combinación de ellos, lo cual a su vez muestra la importancia de la iconografía para el análisis de los significados de los estilos. Por ejemplo, es evidente la adecuación de elementos estilísticos especiales en retratos, paisajes, escenas humanas, desnudos, cuadros históricos, etc. Pero tenemos que hacer respetar una restricción: la afinidad del estilo expresivo con la religión. El elemento expresivo comparte la significación religiosa general de todos los elementos estilísticos, pero mientras los demás solo indirectamente representan la problemática de la preocupación última, este se ocupa directamente de ella. Por supuesto, no aparece solo en la obra de arte, sino que otros elementos pueden compensar también sus potencialidades religiosas directas. Pero en sí es esencialmente adecuado para expresar en forma directa el sentido religioso, ya por medio de la temática secular o por medio de la temática religiosa tradicional.
La razón de esta particularidad es fácil de descubrir. El elemento expresivo de un estilo implica una trasformación radical de la realidad con que se tropieza de ordinario, usando elementos de ella de un modo que no se da en la realidad encontrada de esa manera. La expresión rompe la apariencia natural de las cosas. Por cierto, estas últimas se aúnan en la forma artística, pero no tal como lo exigirían los elementos idealistas, realistas o imitativos. Por otra parte, lo que se expresa no es la subjetividad del artista en el sentido del elemento subjetivo que predomina, por ejemplo, en el impresionismo o el romanticismo, sino que es la «dimensión de profundidad» descubierta en la realidad encontrada, el fundamento y abismo (ground and abyss) en que todo hunde sus raíces.
Lo dicho explica dos hechos importantes: el predominio del elemento expresivo en el estilo de todos los períodos en que se creó el gran arte religioso, y el efecto directamente religioso de un estilo que está bajo el predominio del elemento expresivo, aunque no se utilice ningún elemento de las tradiciones religiosas. Si se compara esta situación con aquellos períodos en que el elemento expresivo no llegó a ser eficaz, se advierte una diferencia innegable. En los estilos en que predominaron los elementos no expresivos, el arte religioso se mostró deteriorado (como se observa en el último lapso de la historia occidental) y el tema secular subjetivo ocultó su base religiosa al extremo de tornarse irreconocible. Sin embargo, el redescubrimiento de los elementos expresivos en el arte desde 1900 es un hecho decisivo para la relación de la religión y las artes visuales. Y ha hecho posible de nuevo el arte religioso.
Ello no quiere decir que poseamos ya de nuevo un gran arte religioso. No lo tenemos ni en el sentido de creaciones artísticas adecuadas para propósitos devotos ni en el de arte religioso en general. Una excepción a este juicio es la reciente arquitectura eclesiástica que permite una expectativa elevada y promisoria hacia desarrollos futuros. La arquitectura es la expresión artística fundamental, ya que no solo es arte sino que sirve a propósitos prácticos. Es muy posible, pues, que la renovación del arte religioso comience en cooperación con la arquitectura.
Si analizamos la pintura y la escultura, veremos que con el predominio del estilo expresivo en los últimos cincuenta años, las tentativas de recrear el arte religioso han llevado sobre todo al redescubrimiento de los símbolos con que se expresa la negatividad de la condición del hombre: el símbolo de la cruz fue convertido en el tema principal de muchas obras de arte, a menudo de la manera en que lo hizo Picasso en el cuadro sobre Guernica. Los símbolos como la resurrección no han encontrado aún adecuada expresión artística, y lo mismo ha ocurrido con los demás «símbolos tradicionales de gloria». Este es el elemento protestante en la situación actual: no hay que intentar soluciones prematuras; más bien debe expresarse con toda valentía el drama humano en sus conflictos. Al hacerlo, ya se lo trasciende: aquel que pueda sobrellevar y expresar la culpa muestra que ya «acepta-a pesar-de». Aquel que pueda soportar y expresar el sinsentido muestra que experimenta ya el sentido en el páramo del sinsentido.
El predominio del estilo expresivo en el arte contemporáneo es una posibilidad para el renacimiento del arte religioso. No todas sus variedades resultan igualmente adecuadas para expresar los símbolos religiosos. Pero la gran mayoría sí lo son, decididamente. Hasta qué punto y con qué inspiración el artista (y las Iglesias) habrán de aprovechar esa oportunidad, es imposible preverlo. En parte ello dependerá del destino que sufran los símbolos tradicionales en su desarrollo durante las próximas décadas. Lo único que podemos hacer es mantenernos alertas para apreciar el resurgimiento del arte religioso a través del estilo expresivo en el arte de nuestros días.
Publicado originalmente en The Christian Scholar, vol. 40 nro. 4, diciembre de 1957. Traducción de José C. Orríes e Ibars.
Extraído de:
Paul Tillich (1974). “Teología de la cultura y otros ensayos”. Páginas 66 a 72. Amorrortu editores, Buenos Aires.