La palabra de Dios puede recibirse de diferentes formas. No solo porque nos llega en distintos estados de ánimo, marcados por diferentes experiencias, sino porque la Palabra misma parece estar signada por un doble filo, una doble vertiente. De esto da cuenta la tradición de la Reforma cuando habla de la Palabra de Dios como ley y como evangelio. Hay que tener cuidado de no confundir estos dos aspectos ya que, de lo contrario, el talante liberador de la buena noticia, el evangelio, podría diluirse en simples demandas u obligaciones. Pero, por el otro lado, también es cierto que un celo demasiado excesivo para distinguir entre la ley y el evangelio puede atentar contra la unidad misma de la palabra de Dios: como el viejo dios romano Jano, ¡Acabaríamos con un dios de dos rostros!
Por ello lo más apropiado es hablar de la función que tiene la Palabra de Dios como ley y como evangelio. Desde el punto de vista de Dios esto que parece una doble cara es en realidad una sola realidad: la expresión de la voluntad divina. Pero desde el punto de vista humano la palabra de Dios puede llegarnos como lo uno o lo otro, o en forma más apropiada, como las dos cosas a la vez: a veces como un gozo indescriptible, otras como una crítica y demanda implacable.
A partir de nuestra comprensión de la Palabra de Dios como ley y evangelio, como evangelio y ley, nos interesa aquí ahondar en el encuentro de los creyentes con Dios y su Palabra. En términos generales, la tradición de la Reforma se ha referido al encuentro con el evangelio como justificación por la gracia a través de la fe. El encuentro con la ley de Dios, sin embargo, ha tomado distintos aspectos: puede describir la existencia humana juzgada y amenazada por las demandas divinas, puede significar la forma en que Dios quiere que se disponga de su creación, o puede referirse al encuentro con la palabra como mandamiento, es decir, una guía en el discipulado cristiano.
Lutero y Wesley sobre la justificación
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En 1545, con ocasión de la publicación de sus escritos latinos, Lutero escribe un prefacio donde relata su «descubrimiento» de la doctrina de la justificación, Dice así:
«Entonces Dios tuvo misericordia de mí. Día y noche yo estaba meditando para comprender la conexión de las palabras, es decir: “La justicia de Dios se revela en él, como está escrito: el justo vive por la fe”. Ahí empecé a entender la justicia de Dios como una justicia por la cual el justo vive como por un don de Dios, a saber, por la fe. Noté que esto tenía el siguiente sentido: por el Evangelio se revela la justicia de Dios, la justicia «pasiva» mediante la cual Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: “El justo vive por la fe”. Ahora me sentí totalmente renacido. Las puertas se habían abierto y yo había entrado en el paraíso. De inmediato toda la Escritura tomó otro aspecto para mí. Acto seguido recorrí toda la Escritura tal como la conservaba en la memoria y encontré también en otras palabras un sentido análogo. Por ejemplo: la obra de Dios es la obra que Dios realiza en nosotros; la virtud de Dios significa la virtud por la cual nos hace poderosos; la sabiduría de Dios es aquella por la cual nos hace sabios. Lo mismo sucede con la fortaleza de Dios, la salud de Dios, la gloria de Dios» (Obras, t. I, p. 337s).
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Juan Wesley, dos siglos después, escribía:
«A la noche fui de mala gana a Una sociedad en la calle Aldersgate, donde alguien estaba leyendo el prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos. Alrededor de las nueve menos cuarto, mientras [Lutero] estaba describiendo el cambio que Dios produce en el corazón a través de la fe en Cristo, sentí mi corazón extrañamente encendido. Sentí que confiaba en Cristo, solo Cristo para mi salvación; y la certeza vino a mí de que Él ha quitado mis pecados, aún los míos, y me salvó de la ley del pecado y de la muerte». John Wesley ‘s Journal, Philosophical Library, p. 51).

Retrato de Martin Luther (Lutero), (1483-1546). Autor: Lucas Cranach, 1528.
La doctrina de la justificación ha sido el pivote en torno al cual se articuló la teología Protestante. Aquí radicó Lutero su propuesta, la cual siguieron casi todos los reformadores del siglo XVI (Melanchton, Calvino, Bucero, Zwinglio, Knox, Cranmer) y del siglo XVIII (notablemente John Wesley). Así la Reforma rescató este eje como el corazón del mensaje del Eangelio, no solo a los abusos eclesiales de la época sino a la distorsión que se había hecho de la relación que debía existir entre Dios y los seres humanos. Esta distorsión, por supuesto, se trasladaba a todos los aspectos de la vida y sus estructuras: la cultura, la política, la economía, el trabajo, la familia, el ocio, la diversión, el arte, la amistad, etc. ¡Imagínense lo que significaría la vida diaria bajo la preocupación constante de que debemos acumular méritos para así acceder a la gracia divina! Por ello a partir del redescubrimiento de la doctrina de la justificación la Reforma adquiere su identidad teológica propia -siendo la separación de la iglesia de Roma una consecuencia secundaria de esta convicción.
Podemos decir que la doctrina de la justificación es sinónimo de la noción de evangelio, es decir, de la experiencia cristiana que nace a partir del encuentro renovador con la gracia divina. No busca definir substancialmente a Dios, sino que da expresión a una relación entre Dios y la persona centrada en el aspecto salvífico y liberador de la misma. La justificación refiere así a la “relación justa“ entre Dios y la creación: es un relato sobre un Dios que proclama y hace justicia con los suyos. Precisamente este mensaje y esta experiencia es lo que constituye el origen de la adoración y de las creencias cristianas. No es casualidad que Pablo, poco después de la muerte de Jesús, ya hilase de manera firme el aspecto doxológico¹ con la doctrina de la justificación. Esta reseña un evento todavía por revelarse plenamente, es decir, escatológico: una vida nueva donde la muerte, la injusticia y la maldad ya no tendrán dominio. Por ello la doctrina de la justificación encierra la esencia de la esperanza del evangelio proclamada a través de la palabra y los sacramentos, y vivida por su testimonio en el mundo.
Justificación
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El término se utiliza en referencia a la salvación gratuita en Cristo. De raíz veterotestamentaria², el concepto adquiere un perfil canónico con las cartas de Pablo a los Gálatas y Romanos. La palabra justificación deriva de la voz griega dikaiosune (justicia), que acarrea las connotaciones forenses³ de los conceptos hebreos sedeq y sedaqah. Estos refieren no a una cualidad moral sino a un veredicto en la corte. Ser justificado significa entonces, ser declarado justo. Con Pablo el concepto amplía su espectro al quedar íntimamente ligado a la muerte y resurrección de Jesucristo para la salvación de los pecadores. De ahí que la justificación en el sentido último coincide con la renovación de toda la creación o con la resurrección de los muertos para la vida eterna. Fue Lutero quien rescató esta doctrina como el artículo principal de la fe cristiana. Esto no implica que las otras doctrinas fueran desplazadas por ella, sino que eran conjugadas a partir de ella. Pero en Lutero conviven al menos dos nociones: la forense ya mencionada, como el hecho de hacerse justos por medio de la participación en Cristo por obra del Espíritu Santo.
La justificación encierra también la clave de la espiritualidad y de la vida cristiana, una espiritualidad cuya base es justamente el amor de Dios por la humanidad manifestado en Cristo. La espiritualidad significa caminar según el Espíritu. Es por ello que no puede haber espiritualidad cristiana sin estar embarcados en una relación vital con el Espíritu, participando del amor con el cual Dios se acerca a sus criaturas, sobre todo, a las más vulnerables y marginadas. En efecto, la vida cristiana, cuyo fundamento es el amor, participa del amor mismo de Dios, un amor cuyo aspecto liberador la tradición evangélica llamó “justificación”.
Notas:
1. Doxología: (del griego doxa: honor, gloria y legein: decir, hablar) expresión de alabanza a Dios. Su fundamento es la acción de Dios en la historia (de Israel) y su revelación salvífica en Jesús. En el culto cristiano existen diferentes doxologías como: Gloria in Excelsis, Gloria Patri, y distintas variaciones de esta última.
2. Perteneciente o relativo al Antiguo Testamento.
3. El término se refiere a todo lo que está vinculado con los jueces o tribunales de justicia.
Extraído de:
Nancy Bedford y Guillermo Hansen (2008). “Nuestra fe, una introducción a la teología cristiana”. Capitulo III, Páginas 41 a 43. Buenos Aires: Publicaciones Educa B.