Algunas reflexiones acerca de Lutero y la oración.
Lutero, el gran reformador de la Iglesia universal, siempre quiso dirigirnos a su Señor. Éste fue el propósito de toda su obra reformadora. El gran Reformador de la Iglesia es Cristo. Es Él quien puede reformarnos y renovarnos para que seamos hombres.
El mensaje de Lutero es: la reforma comienza desde adentro, es decir, desde la fe sencilla del corazón. Nunca comienza desde las cosas externas, la organización, la economía, los pronósticos y la eficacia. Si realmente queremos una reforma o una transformación personal, eclesial y social, ésta comienza desde la fe en Jesucristo y la vida con Él.
Ésta era la situación de Lutero y es la nuestra.
Lutero dijo en un sermón sobre Lucas 10:23ss: «Ninguna obra puede cambiar al hombre para que sea diferente de lo que es, sólo la fe lo puede y también lo hace».
Las experiencias de fe de Lutero tienen mucho que decirnos a los hombres del siglo XX, que muchas veces luchamos en la fe. Nos resulta difícil creer en el Dios de amor en un mundo tan confuso, con tantos sufrimientos humanos y una cantidad de pobres que aumenta cada día. La experiencia acerca de Dios del hombre de hoy, es a menudo, una experiencia de su ausencia en la vida del mundo. Esto depende de que los hombres no toman en serio la presencia del mal en la vida, algo que para Lutero era obvio. La existencia del diablo era indudable para el reformador. Nunca olvidaba que la vida es una lucha constante entre Dios y su adversario y que nosotros no podemos vivir en la neutralidad.
Tampoco para Lutero era fácil vivir en la fe. Sabía mucho de la ausencia y el silencio de Dios, que le parecía a veces escondido.

Esta lucha de Lutero en y con la fe resalta claramente en una de sus oraciones que nos fuera legada:
«¡Ay Dios! Dios mío, ven a mi ayuda. Tienes que hacerlo, sólo Tú. No confío en ningún hombre, es vano y totalmente inútil. Oh Dios, oh Dios, ¿No me escuchas? ¿Estás muerto? No, no puedes morir, sólo te escondes. Ayúdame, mi Dios, en el nombre de tu Hijo Jesucristo. Su nombre será mi amparo y mi castillo fuerte en el Espíritu Santo. Señor, ¿Dónde te vas? Tú, mi Dios, ¿Dónde estás? Ven, Ven, estoy dispuesto a darte sobre todo, también mi vida. Aunque el cuerpo, que no obstante es la obra de tus manos, se muera y totalmente destruya es suficiente para mí tener tu palabra y tu Espíritu. Mi espíritu es tuyo, te pertenece y estará contigo para siempre. Amén. Dios, ayúdame. Sí, así será».
Sin embargo, es justamente en esta lucha donde puede pasar lo más importante en nuestra vida de fe: aprendemos a orar con seriedad. La lucha y la angustia, que Dios permite en nuestra vida, pueden ser elementos importantes en nuestro compromiso cristiano. Lutero tenía experiencias de esto:
«No se llama oración al estar en el templo recitando mecánicamente y murmurando rezos; es la angustia la que nos enseña a orar bien, o como se dice: el hambre es la mejor especia».
La fe tiene hambre de unirse con Dios más y más y esto se realiza a través de la oración.
La fe y la oración dependen entonces, la una de la otra. Una oración seria nace de la fe y la fe se alimenta con la oración y con las experiencias de varias formas del Dios vivo que la vida de oración nos da. Es cuando luchamos con Dios en fe y oración que Dios se hace real para nosotros.
Tener fe en Jesucristo es ser una persona que ora:
«La oración es una obra de fe y sólo un cristiano la puede emprender».
Lutero puede decir también:
«¿Qué es la fe más que pura oración? O sea, ella se provee sin cesar de la gracia divina. Pero si se provee de gracia, esto significa, además, que la fe la pide de todo corazón. Y este pedido es, mirándolo bien, la debida oración».
Y en otra ocasión decía:
«Es tan difícil encontrar a un cristiano sin vida de oración como encontrar a un hombre vivo sin pulso…»
Así tiene que hacerse si queremos una reforma de nuestra vida, la vida de la Iglesia y del mundo. Tenemos que dirigirnos hacia adentro, hacia Cristo, y arraigarnos en Él por medio de la oración. Después podemos actuar. «Pues no pueden ustedes hacer nada sin mí», dice nuestro Señor (Jn. 15:5).
Pero esto nos exige una disciplina personal y congregacional. Lutero nos exhorta a no postergar la oración. Es esto lo que quiere el adversario que hagamos. No puede soportar ni la fe ni la oración:
«Un cristiano debe guardarse de postergar la oración hasta que se sienta puro y bien dispuesto. El diablo me ha molestado e impedido, así que he pensado para mí mismo: «No estás dispuesto justo en este momento. Primero tienes que hacer esto y aquello, recién después puedes orar con más tranquilidad»».
Son todas excusas.
Hay que resistir tantas tentaciones.

Nada es más importante que una iglesia que ora:
«La Iglesia cristiana, aquí en la tierra, no tiene poder y obra más grandes que tal oración compartida contra todo lo que pueda sucederle. Esto es bien sabido por el espíritu malo, y por eso hace todo lo que puede para impedir tal oración. Él nos permite con mucho gusto edificar templos, dar ofrendas, tocar un instrumento, leer y cantar, celebrar misas largas y sin medida, poniendo mucho interés en tales cosas. Esto no le desagrada para nada, sino al contrario, nos ayuda de tal forma, que consideramos tales cosas como lo más importante, creyendo que con esto hemos hecho todo. Pero si esta oración compartida, fuerte y eficaz muere en todos estos quehaceres y desaparece a causa de tales obras importantes en apariencia, sin darnos cuenta, entonces logró justamente lo que quiso».
Por eso tenemos que pedir ayuda del Espíritu Santo que vivifica tanto la fe como la oración, porque “donde hay un cristiano, ahí está también el Espíritu santo que no hace otra cosa que orar sin cesar”.
Oremos con Lutero por la Iglesia en la Argentina y en todo el mundo:
«Espíritu Santo de Dios, ven a los corazones de todos los fieles dándonos consolación, poder y valentía.
Tú eres el maestro de la verdad divina, que santifica y vivifica, danos los ricos dones de tu gracia, para que lleguemos a conocer bien a Jesucristo como nuestro Señor y lo amemos en nuestros hermanos.
Tú que nos das consolación y nos recuerdas todo lo que Cristo nos ha enseñado, permítenos crecer en el conocimiento y la fe, y líbranos para que podamos dar gracias a Dios nuestro Padre y nuestro Señor Jesucristo en pensamientos, palabras y obras».
Sören Bolander